No era ni setter ni pointer, pero llevaba 13 años compartiendo con ellos pienso, cama, cariño del amo y alguna que otra salida al monte, menos de las que se hubiera merecido, siempre desplazada a un segundo plano cinegético. Era la que sostenía la poca afición de Jose a la caza mayor, acompañándole en los recechos y en el puesto de jabalí para hacerle más llevadera la espera, dándole grandes satisfacciones cada vez que cobraba una pieza herida a tiro suyo o de otros compañeros de cacería. También fue protagonista de alguna incursión tras las liebres de los montes omañeses, defendiéndose entre las urces con sus rastros. Y en casa le tocó ser el blanco de los juegos de todos los cachorros que allí se criaron, menuda paciencia.
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