Por fin ayer se dio el pistoletazo de salida a la temporada de caza. Después de una semana lloviendo, amaneció con día despejado y buena temperatura, que llegó a los 20 grados a medio día. Estrené la temporada como es costumbre acompañado de mi padre en uno de los cotos de la montaña en el que llevo cazando toda la vida y que he visto como año tras año se va cerrando, desapareciendo pastizales y claros de ladera sustituídos primero por urces y escobales y después por matas de roble. Solo queda despejado por encima de 1800 metros, subiendo el número de jabalíes y corzos y mermando las perdices y liebres. Las rubias se han ido adaptando y ahora no encuentras un bando por los sitios limpios, están siempre metidas en las matas de roble, las oyes levantarse y cuesta lo suyo ver alguna. Y si coincide ver algún bando en lo limpio, de primera quebrada se meten a lo más espeso y no vuelves a verles el pelo, mejor dicho, la pluma. Ayer nos pasó eso, un bando de unas 7 perdices, dos levantes y con suerte pude bajar una al segundo vuelo, el padre de todas, un macho de más de 3 años y 560 gramos de peso a 1600 metros de altura, buen premio para el trabajo de los perros. Buscando otro bando nos encontramos a un compañero del coto que ya lo había levantado a primera hora y no conseguimos volver a verlas, otro día será.
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